Por José Gregorio Torres

«Cómo vaya viniendo, vamos viendo».  Con este dicho muy propio de los que aún pensamos en la providencia y en los designios, los que hemos decidido dejar todo en manos de Dios o de alguien más y no en nuestras manos y bajo nuestra responsabilidad, esta actitud por demás denigrante y absurda pareciera que se ha adueñado de nuestras vidas y de nuestra conducta, sumando a esto la natural negligencia por no decir modorra colectiva, donde yo dejo de hacer algo porque pienso que otro lo va a hacer, bien porque asumimos que no es nuestra responsabilidad, o en otros casos porque en verdad la responsabilidad es de otro, y allí es cuando pasa a ser predominante la norma, la regla y las leyes.  ¿Y es que si yo no asumo mi responsabilidad, cómo puedo pretender exigirle a otro que asuma la de él?

Heme aquí la culpa, yo soy también culpable si, por omisión justificada o no, dejó de asumir mi responsabilidad. Viene a colación mi reflexión y autocrítica de manera pública, porque aun cuando puedo intentar justificar un hecho inefable y triste, ante una frase profética, que anunció una injusta pérdida de valores materiales que involucran otros hechos más dolorosos como es la pérdida de un patrimonio invaluable en sus costos y esfuerzos también irrecuperables, esto nos debe llevar a la necesaria reflexión e interrogante,  ¿Acaso Minumboc, con su vida y obra merece tanta decidía? ¿Somos los caracheros merecedores de algo tan grande y valioso como es su obra universal e imperecedera? ¿Podemos los caracheros a partir de este desastre, continuar hablando de Minumboc como si fuera nuestra más importante carta de presentación, sin que detrás de ello llevemos en nuestra conciencia la carga de la desidia? No creo, hemos sido injustos al final.

Hoy Rodolfo Minumboc desde los cielos y el paraíso nos reclama esa inmoral actitud, contra la cual se impuso siempre durante su vida, porque desde niño supo asumir sus responsabilidades históricas, y a las que en ningún momento se negó a cumplir, fue el primer carachero emigrante que voluntaria y osadamente partió de su pueblo para enlazar con su ombligo la línea invisible que une a nuestro ancestral gran corriente con el Nilo, y así lograr unir nuestra historia con la del mundo, En ello no hubo mezquindad, pues rescató con su esfuerzo y costo personal, a nuestros personajes y leyendas, juntando en un solo recinto la historia universal, representada en objetos y obras de un valor más allá de lo material, que hoy vemos sucumbir ante nuestros ojos como si fueran despojos indeseables, despreciando nuestra propia historia, y con ello volviendo al recuerdo de su despedida cuando el más grande carachero se fue sin pena ni gloria, solo con la esperanza de que algún día Carache tuviera su museo. Es por ello, nuestra necesaria reflexión y autocrítica.

Pieza de la Colección Rodolfo Mínumboc. Foto: Cortesía.

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