Por: José Gregorio Torres.

Acabamos de vivir unos días en los cuales el hombre ha sido llamado nuevamente a asumir su descendencia y su heredad del Padre Abrahán, su compromiso con la cultura y tradición mesiánica, como pueblo elegido y ungido por Dios, una Cultura religiosa universal que asumimos desde el mismo momento en que fuimos descubiertos, colonizados o invadidos, sea cual sea el punto de vista que le quiera dar o interpretar cada quien según su capacidad y conocimiento histórico, esta es una realidad subjetiva que permite valorar el grado de libertad con el cual se propagó el mensaje de amor del artesano de Galilea, El mesías enviado por Dios para convivir con el hombre común y enfrentar al poder constituido heredándonos la doctrina del amor, y de esta manera imponerse ante un imperio que dominaba gran parte del mundo.  

La historia nos ratifica que en el mundo se han enquistado los males de siempre esos con los que Dios sigue luchando desde el principio de la creación y los que se han convertido en un carma difícil de erradicar, pues para que exista la fortaleza debe existir la debilidad, para que exista el bien debe existir la maldad y contra la luz, la oscuridad, estos dos polos representados por un Dios bueno y por contraparte la maldad representada por el ángel rebelde, historia ampliamente conocida por todos quienes hemos sido adoctrinados en el mensaje de Jesús, ese personaje que desde niño nos enseñaron a adorar desde su nacimiento hasta su terrible crucifixión y posterior Resurrección, así hemos vivido nuestra Fe todos y cada uno de los venezolanos, fe a la cual jamás renunciaremos por cuanto nuestro sello y pacto es el bautismo.

Ahora sí Dios mismo a través de su hijo Jesús nos dió la libertad de escoger de caminar con libertad, pero con amor, de elegir nuestro propio destino, sin más limitaciones que nuestra propia conciencia a pesar de la Ley de Moisés bajo la premisa y sopena de una muerte eterna o por el contrario, una vida para siempre en el nuevo reino del Amor con el Padre, esta es la doctrina que nos heredó Jesús en con su ejemplo, donde nada obliga a seguirlo a la fuerza, ni siquiera por tener sus fundamentos mesiánicos en la ley de Moisés. Mucho menos poder y autoridad sobre la tierra tuvieron los reyes y gobernantes para imponer leyes que reprimen y controlan al hombre con nuevas doctrinas humanas que contradicen los propios mandamientos de Dios. Por tanto, no podría el hombre Cristiano aceptar otra cosa que no sea lo mandado por Jesús con su evangelio del amor, pues de lo contrario se estaría permitiendo terreno al gobierno del mal. Lucas 24, 1-6. El Señor ha resucitado.

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