Por Eleyde Aponte

La Semana Santa es la época del año en que se conmemora la Pasión, Crucifixión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo. La misma es tiempo de recogimiento espiritual y se desarrolla con distintas actividades que recuerdan los últimos momentos de la vida del Hijo de Dios hecho hombre. 

La celebración de la Semana Santa o Semana Mayor, como también se le conoce, inicia cuarenta días después del Miércoles de Ceniza con la Santa Misa dominical, en la que el Sacerdote bendice los ramos, recordando con ello la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.

En mi Carache de antier la Semana Santa era una de las celebraciones religiosas más esperadas del año. En el Templo sobriamente arreglado para la ocasión, destacaban las figuras españolas que acompañaban al Santo Sepulcro: la Dolorosa, la Magdalena, San Juan Evangelista, Jesús en la Columna, Jesús en el Huerto y la Santa Cruz que representa la victoria de Cristo sobre la muerte.

Tanto la Dolorosa como La Magdalena eran vestidas para la ocasión con trajes de color negro, morado o beige finamente adornados con encajes de color dorado o plateado confeccionados por las más destacadas modistas de la época, o donados por algunas familias caracheras, tal vez por ser las encargadas de la preparación y presentación de las mismas, o para dar gracias y retribuir algún favor alcanzado.

Los arreglos florales eran elaborados en su mayoría con flores de la época que se cultivaban en los campos aledaños: calas blancas, rosas, hortensias, orquídeas moradas y blancas, claveles, acompañadas con romero y eucalipto, dándole una sensación de sobriedad al Templo, completando así el escenario alusivo a la Semana Santa.

El Santo Sepulcro, se adornaba siempre con flores de tonalidades suaves, eucalipto y romero, los cuales debían ser renovados varias veces, por cuánto los feligreses los tomaban para llevarlo a sus hogares y colocarlos junto a las palmas, la vela y el agua bendita en un lugar acondicionado para ello.

El Monumento, altar que destacaba por su elaborada confección, era colocado en la capilla de la nave derecha donde se guardaban las hostias consagradas el Jueves Santo, para la comunión del Viernes Santo, ya que en este día no se celebra misa como una forma de honrar el sacrificio que Jesús hizo por la humanidad.

La Semana Santa, además de representar los últimos momentos de Cristo en la tierra: su Pasión, Muerte y Resurrección, era también un tiempo propicio para poner en práctica distintas manifestaciones culturales evidenciadas en las comidas, tales como la preparación del mojito de pescado seco, la ensalada hecha en rodajas con papas, zanahoria, remolacha, huevos , aguacate, aderezada con una mezcla de vinagre, aceite, sal y adornada con hojas de lechuga criolla, la sopa de pan salado elaborado en casa, los dulces de lechosa, coco, cabello de Ángel, higos en miel, dulces de leche, de limonson, los ricos buñuelos de apio, de yuca y de viento, bañados con miel de panela ,entre otros.

Los juegos tradicionales propios de la época, se caracterizaban en su mayoría por ser de confección casera: papagayos, hechos con papel seda de distintos colores, palitos de madera o carrizo, hilo pabilo, una larga cola y el ingenio de quienes los elaboraban para echarlos a volar al cielo abierto, emulando así el vuelo de los pájaros que a diario revoloteaban en el firmamento de la llamada: «Tierra de la Amable Libertad». Asi mismo el runche realizado con tapas de bebidas gaseosas que para la época eran de metal, las cuales se moldeaban dándoles forma redondeada y perforando en el centro dos agujeros por dónde se le colocaba un hilo fuerte para hacerlas girar. También se jugaba con trompos, metras, perinolas, yoyos, entre otros. 

La quema de Judas era otra de las manifestaciones culturales muy arraigada en Carache, la cual consistía en la elaboración de un muñeco de trapo que representaba a Judas Iscariote, uno de los Apóstoles de Jesucristo quien lo traicionó vendiéndolo por unas cuantas monedas a los Fariseos. Judas era paseado por las calles para luego llevarlo a un lugar donde se leía el testamento con la herencia que él dejaba para algunas personas del pueblo. Finalmente, se procedía a la horca, y se le prendía fuego hasta convertirlo en cenizas.

Otra nota importante que hay que resaltar en la celebración de la Semana Santa de la época, eran las creencias sobre el quehacer cotidiano que los seres humanos no debían realizar porque a decir de los adultos, se cometía pecado y ello lastimaba las llagas de Cristo, tales como: no comer carne roja, ni pollo a partir del Miércoles Santo. No hacer ruido de ninguna naturaleza, solo se permitía el sonar de la matraca quien sustituía el tañir de las campanas para avisar sobre los eventos religiosos a cumplirse en los horarios previamente establecidos, no decir malas palabras, no bañarse en aguas corrientes (ríos, quebradas, arroyos) porque se corría el riesgo de convertirse en pez o en sirena, no escuchar música de ninguna clase solo la sacra, no hablar en voz alta ni reír fuerte, no ingerir bebidas alcohólicas, entre otras.  

El ayuno era obligatorio para niños, jóvenes, adultos y ancianos. Las penitencias ofrecidas (ayuno, abstinencia, oración…) solo se levantaban una vez culminada la Semana Santa con el canto de Gloria, que para la época se celebraba en el Templo Parroquial en la media noche del sábado para anunciar la Resurrección de Jesucristo y su Ascensión al Cielo. En ese momento se encendían las luces del Templo, el Sacerdote procedía a la bendición del agua, sonaban las campanas y se daba por terminada la Semana Santa.

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