Por José Gregorio Torres

Setenta años de historia hoy se reafirman más que nunca como un legado y un patrimonio que exige ser renovado para las posteriores generaciones, para muchos pudiera constituir una ofensa o un irrespeto a la obra del maestro, pero nada adquiere mayor realce e importancia que reconocer en ella el paso de los años reviviendo sus colores originarios que debieron permanecer y no pudieron ante el paso del tiempo y sus constantes golpes sobre unas pinturas que evocan tiempos pasados, donde ya el pigmento casi desaparecido solo nos permite percibir las pinceladas del maestro artesano Plinio Paolini, y con ellos los majestuosos y maravillosos relieves elaborados por el maestro Ponce, orfebre, hábil artesano de mediados del siglo XX, artífice de estas caprichosas, pero armónicas figuras que adornan la imagen de cemento representativa del santo y elaborada por Ramón Ponce Briceño, obra que se eleva sobre el portón central y que es marco en el que se deleitan propios y visitantes para admirar tanta belleza y maestría artística local.

Este monumental templo que hoy exige una intervención, ha contado como dirían los caracheros de fe, con un grupo de escogidos de ancestrales querencias y orígenes diversos, de pensamientos abstractos y hasta desordenados, jóvenes de nuestro tiempo, pero que San Juan Bautista quiso que se reunieran uno a uno para que la misión de embellecer y mantener parte de la obra inconclusa que se retomará luego de siete decenios, es una nueva fuerza a la que Minumboc, seguramente se suma en espíritu, también el Joven Paolini, quien llegado de Las Virtudes, con sus pinceladas y bajo la mirada del joven maestro de maestros, José Juan Rodríguez, lograra plasmar con diestra mano sobre el cemento. Nada queda al azar, pues en estos desafíos, nada está fuera del alcance del dueño de la casa y es él quién protege a aquellos jóvenes que desafían hoy las alturas ante sus imponentes torres, para darle el toque fresco de una nueva restauración, la más importante de este recinto espiritual de los Caracheros.

Nuevamente como hace setenta años se perciben los olores del aceite de linaza, la trementina de pino y con él también la pincelada del desafiante interventor que diestramente busca imitar las pinceladas del gran maestro Plinio, nada es más importante para el artista que reconocer en su trabajo el que inicio el maestro por allá por 1955, cuando fue llegado de la isla de Elba, Italia para cumplir una misión, y allí está, en esos barrocos delineados con maestría y que hoy son reforzados para que su arte permanezca protegida del tiempo y contra el tiempo, pues aun cuando la renovación da vida a los colores del óleo, jamás podrán sustituir aquellas del destacado pintor, del artesano, del maestro italiano al cual se le rinde homenaje y merecido reconocimiento personal a su memoria perenne. Al maestro Plinio Paolini.

Plinio Paolini

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